
en torno de mi flota como un aire impalpable;
lo trago y noto cómo abrasa mis pulmones
de un deseo llenándolos culpable e infinito.
Toma, a veces, pues sabe de mi amor por el arte,
de la más seductora mujer las apariencias,
y acudiendo a especiosos pretextos de adulón
mis labios acostumbra a filtros depravados.
Lejos de la mirada de Dios así me lleva,
jadeante y deshecho por la fatiga, al centro
de las hondas y solas planicies del Hastío,
y arroja ante mis ojos, de confusión repletos,
vestiduras manchadas y entreabiertas heridas,
¡y el sangriento aparato que en la destrucción vive!
